Tú. Yo. Una noche entera a nuestra disposición. Una cama rogando nuestra presencia. Un primer beso, tímido. Una mirada insegura por mi parte. Un "estoy contigo, no haré nada que no quieras hacer" tuyo. Una sonrisa mía como respuesta. Nos vamos acercando cada vez más y más, hasta que acabamos sentados en la cama, tú abrazándome por la cintura mientras yo me agarro a tu cuello. Siguen más besos, cada vez con más fuerza e intensidad, con pequeños mordiscos en los labios y sonrisas de ambos. Acompañados de caricias, lentas, hay tiempo de sobra. Mis manos empiezan a deslizarse por tu espalda mientras te estremeces, y comienzan a quitarte suavemente la camiseta. Mis labios pasan de tu boca a tu cuello, donde se quedan besándolo, con seguridad, con firmeza, a la vez que tus manos acarician mi espalda mientras me acercas más a ti. Empiezas a alzarme la camiseta hasta que me la consigues quitar. Nos acomodamos, hasta quedar yo tumbada y tú inclinado a mi lado, besándome en el cuello y en los labios...
Poco a poco, llegamos hasta donde queríamos llegar, juntos, hundidos en un mar de besos, caricias y susurros. Ambos nos maravillamos de lo que habíamos logrado, de esto tan increíble que acabamos de hacer. Tus labios se deslizan hasta mi oreja y me susurras un "te quiero" de los tuyos, de esos tan verdaderos a mi parecer. Te miro a los ojos y mi respuesta es un abrazo, de esos en los que uno entrega todo su ser a la otra persona, al que me respondes con satisfacción.
Unas cuantas repeticiones después, te veo durmiendo, boca abajo, abrazándome con una mano... Eres tan perfecto para mí. Me dedico a acariciar tu espalda y a besar cada milímetro de ella, contándote los lunares y perdiéndome en cada uno de ellos. De repente, despiertas, ves lo que estoy haciendo, sonríes, te inclinas, me besas incontables veces y me abrazas hasta que se nos cierran los ojos a ambos, llenos de ilusiones y alegrías que compartir.
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